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Y el 20 de agosto de 1247 finalmente se inició el cerco de Sevilla, un cerco que se planificaba cerrar por tierra y por vía fluvial.

Pero los moros de Sevilla supieron dar batalla: se lanzaron a debilitar las filas cristianas hostigando su campamento, cortando las líneas de aprovisionamiento y robando ganado para dejarlos sin alimentos. Los castellanoleoneses lograron repeler esas acciones y efectuaron razias contra las poblaciones de Sevilla, que además les servían para conseguir víveres. A la vez, los barcos al mando del caballero burgalés vencían a la flota musulmana e impedían la llegada de refuerzos desde el norte africano.

A fines de 1247 Fernando III reclamó la presencia de su hijo Alfonso en el campamento situado al sur de la ciudad del Guadalquivir, en el campo de Tablada. El infante llegó a comienzos de febrero de 1248 liderando un numeroso contingente. Sumaba a los hidalgos portugueses que habían acompañado en su exilio al recientemente fallecido Sancho II y también aragoneses y catalanes aportados por su suegro, Jaime I.

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