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Terminaba así la campaña murciana, campaña de tres años en los cuales Alfonso demostró que entendía la diplomacia y podía liderar un ejército. El infante lograba afianzar su figura de futuro rey. Sin embargo, pronto iba a ser evidente que aún era muy joven y fácil de embriagarse con la victoria. O, tal vez, que los astros no siempre se alinearían a su favor.

En el reino de Portugal se desarrollaba una guerra civil. Los partidarios del rey Sancho II el Capelo (1209-1248) enfrentaban a los de su hermano Alfonso de Bolonia (1210-1279). El conflicto había estallado por el intervencionismo del monarca en la Iglesia lusitana. Eso derivó en que en 1245 el papa Inocencio IV lo declarara incapaz de reinar y nombrase gobernador del reino a su hermano Alfonso.

Incapaz de hacer frente a las fuerzas de su hermano, Sancho II solicitó el apoyo de Alfonso de Castilla, con quien mantenía muy buenas relaciones. Fernando III se opuso a sacrificar sus proyectos de conquista por un conflicto interno de otro reino. Pero el heredero se aventuró a intervenir en esa guerra. Y con su ejército, más un contingente de 300 caballeros que le había pedido a su futuro suegro, en diciembre de 1246 ingresó en Portugal. Sin embargo, al no hallar apoyo en esas tierras, en marzo de 1247 emprendió la retirada a Castilla.

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