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Pocos meses después, Sancho II y muchos de sus hidalgos terminaron exiliados en Toledo luego de que el rey fuera depuesto por su hermano.

Este fracaso bélico respondió a un capricho de Alfonso, el primero de los tantos que lo impulsarían a dar pasos en falso en las décadas por venir.

El gran golpe del rey y el heredero

La ciudad de Sevilla estaba fuertemente amurallada, contaba con una poderosa flota, cuantiosas armas y una población muy numerosa que no iba a rendirse con facilidad. La rodeaban plazas fuertes, como las ciudades de Cantillana, Carmona y Alcalá de Guadaíra. Además, el río Guadalquivir la unía con Jerez y con el norte de África, desde donde podían llegar víveres para soportar un asedio.

Sí, porque el asedio era la única estrategia posible para que Fernando III y sus tropas lograran imponerse. Y los preparativos pa-ra el asedio exigieron tiempo, recursos y movimientos armados para estudiar el escenario.

En el verano de 1246, se realizó una expedición de aproximación y tanteo por los alrededores de la ciudad hispalense. Fernando iba al frente de una hueste en la que se integraba un destacamento de caballería musulmana mandada por Muhammad I, rey de Granada, que daba así cumplimiento a su deber de vasallo del rey castellano. Tras saquear los alrededores de Carmona, esa fuerza se dirigió a Alcalá de Guadaíra, ciudad ubicada a menos de quince kilómetros de Sevilla y donde el alcaide de la fortaleza se rindió ante el rey granadino, quien, a su vez, hizo entrega de ella a Fernando III.

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