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¡Auch! ¡Maldito cactus! Ten cuidado de no tropezar con estas peras bajas y espinosas, sus agujas penetran fácilmente el cuero de mis viejas botas. Pero presta atención a esto: encontramos cada vez menos cactus a medida que descendemos hacia la parte más baja del valle.

Las lagartijas se escabullen por la periferia de nuestra visión y un ritmo de grillos sube desde las matas de hierba. El suelo está sediento. El agua de deshielo de las últimas nevadas y la corriente de las escasas lluvias han arrastrado una capa tras otra del mantillo de estas pendientes y han dejado pedestales de tierra aquí y allá, donde algún pedacito de hierba impidió que la tierra se escurriera colina abajo. En los lugares nivelados, el suelo seco se ha agrietado hasta formar un intenso mosaico rojo de baldosas pentagonales y hexagonales. Una hilera de huellas con apretadas marcas de dedos cruza este mosaico: un coyote que trotaba hacia el arroyo. Seguimos las huellas a través de un matorral de pinos piñoneros.

Muy pronto hay un cambio en el paisaje sonoro: la cadencia de los grillos ahora se entrelaza con los trinos fluidos de las ranas arbóreas. ¿Alcanzas a sentir ese nuevo dulzor en el aire? Es el aroma de las hojas de los álamos.

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