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Cuando eso pasó, me contó que se fue derechito a encarar a la vieja. Llegó hasta la mismísima puerta de su rancha, pues andaba hablando de que la Eli trabajaba de puta en una quinta de recreo. La señora no quiso salir a la calle, pero desde afuera, muy furiosa, le había gritado: “¡Vieja cahuinera desgraciá, el culo es mío y yo sé lo que hago con él!, ¡no te metai conmigo ni con nadie de mi familia, porque si me siguís hueviando, te voy a chancar el hocico a patás!”. De ahí en adelante nunca más la volvieron a meter en enredos.
Por el énfasis puesto en la narración de esos hechos, me di cuenta de que tenía carácter y sabía defenderse bastante bien; me quedó clarito como el agua. Capté la escena como si hubiera estado ahí. Pude sentir la rabia e impotencia del momento vivido, hasta la felicité por la forma en que se hizo respetar y puso las cosas en su lugar, porque allí donde vivíamos no se podía ser de otra manera. Había que estar alerta y defenderse como sea de quien fuera, eso era lo primero que se aprendía en la marginalidad, una cuestión de sobrevivencia.