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Me quedaba clara la razón de que guardara tan pocos datos y recuerdos, así como el nulo interés acerca de la vida de su hermano, pues parecía ser que ninguna porción del breve tiempo que estuvo en este mundo pudo mitigar las angustias y sobresaltos que a menudo les hizo pasar. Aquellas deplorables evocaciones solían deprimir a mi madre y mucho más a mi abuela, al punto de no querer comer ni levantarse, a veces por días enteros. Tenían razones de sobra para caer en esos estados; sin embargo, ambas se habían propuesto evitar al máximo traer detalles a la memoria sobre el paso desventurado y desastroso de aquellos dos por esta tierra.

Capítulo III: Poder femenino

Mientras dábamos los últimos sorbos a ese delicioso té con canela, la Eli me miraba de reojo con su cara algo más descongestionada. Volvía a ver esa luz en su rostro que surgía tan natural y vívida. Me hacía pensar en que cualquier cosa que hiciera esa mañana la haría con convicción y plenamente decidida, pues es una mujer de armas tomar; aprendió a serlo con el paso de los años. Así lo reconocía cada tanto y siempre que se proponía algo nuevo. Maduró encarando los inescrutables embates que la vida le obligó a enfrentar sin opciones.

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