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El otro integrante de la familia que tampoco estaba y siguió —por desgracia— los mismos pasos del tata —en lo que al consumo de alcohol y al nefasto viaje sin retorno se refiere— fue el tío Favio, con “v”, igual al nombre artístico del famoso cantante argentino allá por las décadas de los sesenta y setenta.

—Tu tío Favio fue un palomilla incorregible —decía la mamita Ema—. Terco y aniñado. Apenas se veía con algunos escudos encima. Se rodeaba de rufianes y vivarachas que lo mandaban todo machuca‘o pa’la casa sin ni un veinte en los bolsillos. “Candil de la calle y oscuridad de la casa”, le decía cuando aparecía de vez en cuando a buscar ropa limpia, o bien para que le preparase un ajiaco o un caldo de pata que le matara el hambre y de paso le compusiera la caña. Sin embargo, el muy bribón no se daba ni por aludido y, así como llegaba, se iba, evitando encontrarse con su padre, porque si se cruzaban siempre quedaba la grande. No se podían ni ver y nunca supe por qué —terminó levantando sus cansados ojos al techo, como preguntándole a la ampolleta de cuarenta watts que parpadeaba colgada.

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