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El barrio alto, para nosotros, era un lugar fascinante donde fantaseábamos con cada nueva cosa que veíamos, imaginando ser ricos y famosos, en un lugar donde por unas horas podíamos disfrutar y tener contacto con el césped —que es como lo nombraban allí—, o podíamos, sin temores, echarnos una plácida siesta a la sombra de un frondoso árbol —que en el campamento no existían—. Aunque también nos parecía un lugar frío, infranqueable y extremo en todo sentido. Quizás la cara de otra pobreza o miseria no material, pero sí humana, idéntica a la que padece nuestra gente en solitario.

Capítulo II: Ya todo está decidido

Apenas pudo organizar el trayecto del viaje en su mente y reforzarlo en voz alta, la Eli dejó una pequeña cartera sobre la mesa. Se sentó más tranquila y decidida, aparentemente. La mamita Gema, que ya había servido los tres jarros con un exquisito té de hojas y canela, se acomodó también y le dirigió algunas palabras.

—Oiga, mi’ja. Si no quiere ir allá, no lo haga. Ya veremos cómo nos arreglamos. De algún modo saldremos adelante con los cuatro cobres que me dan de la pensión de tu papá.

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