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Así lo recordaba la mamita Gema, con todo ese sufrimiento acumulado y dolorosa resignación que solo una madre puede sentir cuando, al ver crecer a sus retoños, no llegan a retribuir en lo más mínimo todo el sacrificio y el amor que se ha ofrendado en ellos.
La Eli también me ha dicho que tiene pésimos recuerdos de mi tío, por lo desordenado, mal agradecido y su indolente manera de vivir, sin sentir la más mínima preocupación o aprecio por su madre, de quien siempre recibió atenciones y contención. Además, coincidió con una etapa muy complicada en su vida, donde él, lejos de ser un apoyo, resultó ser una amenaza y una carga, lo que siempre supo ser: un gran lastre para todos.
Teniendo este talante, qué otro desenlace se podía esperar de sus eternas juergas y peripecias, sino aquel que tuvo: morir bajo el funesto veredicto de su propia ley.
—No nos extrañamos —recordaba la Eli— cuando nos vinieron a avisar que le habían hecho una encerrona por encargo. Así no más, se moría desangrado como de cincuenta puñaladas, tirado sobre el sucio piso de una de las tantas cantinas que frecuentaba. Siempre supimos que enemigos le sobraban debido a la fama de galán y engrupidor que tenía, tanto con mujeres solteras como casadas. Por ahí parece que le salió el tiro por la culata. El caso fue que poco después de un mes de la partida de tu tata Macario, estábamos enterrando a tu tío Favio, sin pena ni gloria.