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Carbonell escuchó las ruedas de un coche aparcando sobre la gravilla que había en la entrada de la casa. Vio a Vila, que salía apresuradamente de él sacando de su bandolera un portafolios y un bolígrafo para tomar notas. Con paso ligero, se unió a ellos.

—Buenash noches, inspectora.

Guijarro levantó ligeramente la cabeza y Vila entendió a la primera que era su forma de darle la bienvenida.

—Acompañadme.

Los tres caminaron por un estrecho camino de adoquines que comunicaba la zona de gravilla con el césped de la piscina. La rodearon y pasaron por delante de la hermana, que todavía no era capaz de articular ninguna palabra más. «El psicólogo está en camino», escucharon decir a un agente. A escasos metros de llegar al cuerpo sin vida de la joven, la inspectora se metió las manos en los bolsillos y miró a Vila y a Carbonell.

—Ya te lo he dicho antes, Raimon. En mis ocho años de experiencia como inspectora y otros tantos en el cuerpo de policía, nunca había visto algo así. Solo llevamos aquí quince minutos, así que comprenderéis que pocas conclusiones puedo sacar de momento. Pero os aseguro que las sacaré y el responsable de esto rendirá cuentas en mi despacho antes de pasar una temporada entre rejas, de lo que te encargarás tú, guapito.

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