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Esperaba no tener que lidiar con los medios tan pronto. Confiaba en que Guijarro mantuviese a raya las filtraciones que se pudieran dar desde dentro. No sería la primera vez que un periodista ofrece una suculenta cantidad de dinero para que un policía le otorgue información confidencial que sería portada al día siguiente. Aquello siempre complicaba las cosas. El asesino podía leer los periódicos y ello le proporcionaba ventaja para esconderse, para escapar; incluso para volver a actuar.

—¿Sabemos el nombre de la víctima? —preguntó Carbonell expulsando el humo del cigarro.

—Pensé que no me lo preguntarías nunca —contestó la inspectora—. Aitana de Marcos.

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Bilbao, septiembre 2016

En la clase cabían unos cien alumnos y apenas quedaban una decena de sitios libres. Melissa pudo comprobar de primera mano el éxito de asistencia que tenía la clase de Historia de la Filosofía, corroborando de esta forma la información que Sofía, sentada a su lado, le había dado hace un momento: «La imparte uno de los mejores profesores». Un pasillo central separaba dos módulos de pupitres colocados en hileras de seis asientos cada una. La zona del profesor estaba alzada por una tarima, sobre la que reposaba una mesa de madera y la pizarra detrás de ella. En el aula se escuchaba un murmullo constante de voces, teclados y libros que cesó de inmediato con la entrada del profesor, que, de un ágil salto, subió a la tarima sin necesidad de usar los pequeños escalones colocados al uso.

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