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—Un estado de alegría —vociferaron desde el fondo.

—Una emoción positiva —se escuchó en primera fila.

—Todo aquello que se aleje de la muerte —contestó un chico con una gorra roja y chaqueta tejana.

Ganiz, en actitud pensativa, se puso el dedo índice de su mano derecha paralelo al labio superior, apoyando el resto de sus dedos en la barbilla. Con pasos lentos, caminaba por la tarima.

—¿Consideramos la muerte como negativo, entonces?

El chico se levantó ligeramente la visera de la gorra.

—Claro. La muerte produce dolor a los allegados del fallecido.

El profesor asintió levemente con la cabeza. Casi imperceptible.

—Supongamos que tienes un allegado, como tú dices. Un familiar directo, un padre o un hermano. Lleva cinco años en estado vegetativo. Únicamente las máquinas lo mantienen con vida. No habla, no camina, no puede ir al cine o salir a cenar. No siente un beso, una caricia. Es completamente dependiente. Y llega el día en el que fallece. ¿En esa muerte hay algo, aunque sea mínimo, de felicidad en tu interior?

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