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Ganiz esbozó una sonrisa al instante que sonaba el timbre que anunciaba el final de la clase.
Para Melissa, como para el resto de los compañeros, no había pasado desapercibido el hecho de haber aprendido algo casi sin darse cuenta. La clase se había inmerso en un coloquio, apoyado en preguntas aparentemente banales, que conducían inexorables al fin último, que no era otro que la explicación del pensamiento hedonista de uno de los filósofos más importantes de la historia.
Mientras recogía sus apuntes, pensaba en lo mucho que le había gustado la clase. La forma de conducirla, el profesor, los ejemplos. Tras esa escasa hora sentada en el pupitre, algo en su interior había hecho un clic, y se veía reflejada en ese espejo hedonista que buscaba la felicidad en la nueva etapa que había emprendido.
Pensó en sus antiguos compañeros del Consejo de Estudiantes y lo mucho que les hubiera gustado asistir a esta clase.
Se disponía a salir cuando una voz gritó su nombre. Al girarse, vio a Ganiz sentado en la mesa con la mano levantada.