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—No tengo más preguntas, señoría.

El juez De Marcos volvió a hacer uso del mazo para solicitar orden en una sala dominada por las emociones. Cuando consiguió un mínimo de silencio, con rostro serio, dirigió la vista hacia el banco en el que estaba sentado el fiscal.

—Su turno, señor Carbonell.

La toga del fiscal únicamente dejaba entrever el nudo de la corbata color fucsia con pequeños puntos blancos, anudada al cuello de corte italiano de la camisa blanca. Tomaba los últimos apuntes, con media sonrisa esbozada bajo la nariz. Levantó lentamente la cabeza para mirar, primero al juez, y luego al imputado. Carraspeó ligeramente y aguardó un instante a que el auditorio se mantuviera en absoluto silencio.

—Gracias, señoría. Con la venia de la sala. Buenos días, señor Fuentes. Como bien sabe, en este caso, la policía científica no consiguió obtener pruebas de ADN en el escenario del crimen. En consecuencia, me veo obligado a realizarle algunas preguntas que le podrán parecer extrañas, inconexas tal vez, pero esenciales, al fin y al cabo.

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