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Carbonell levantó el brazo, señalando a alguien entre el público asistente.

—En la primera hilera de sillas se encuentra la novia de la víctima, y ha quedado demostrado que en la familia Fuentes no simpatizan especialmente con el colectivo homosexual. Díganos, señor Fuentes, ¿quién, con unas facciones semejantes a las suyas, se encontró con la víctima en el parque de la Ciutadella?

El murmullo se extendió por la sala, inmersa en una tensión expectante.

Fabián Fuentes dirigió de nuevo una mirada perdida a los asistentes. Estuvo un momento en silencio, para luego susurrar:

—Mi hermano, Lucio.

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Barcelona, octubre 2019

El sonido provocado por el tacón de los Santoni de Carbonell resonaba en los techos abovedados del hall que conducía al exterior de los juzgados de Barcelona. El traje gris marengo, con americana de un solo botón, le quedaba adecuadamente entallado a la cintura. La luz blanca deslumbraba sus ojos color cian y se le reflejaba en el rostro tostado, perfectamente rasurado.

Sabía que había hecho un buen trabajo dentro de la sala de vistas, desenmascarando una trama urdida para sabotear la legislación penal vigente, con el objeto de que un culpable de asesinato resultase impune. Nada más y nada menos. Ese era su trabajo, se decía. No tenía por qué enorgullecerse de ello, pero hay formas y formas de hacerlo. Y la suya era encomiable.

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