Читать книгу ¿A dónde van las estrellas cuando mueren? онлайн

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Siguiendo con lo que iba, después de lo de la estrella de mar se me ocurrió que también existe un claro ejemplo de lo contrario: de algo que sí es una estrella, aunque no lo parezca, pero que, de hecho, nunca se le llama como tal.

Estoy hablando del Sol.

Sí, sí; el Sol es una estrella, y una de verdad, no como las estrellas de mar esas. El Sol es lo mismo que la mayoría de los puntitos luminosos que se ven en el cielo de noche, lo que ocurre es que es la única estrella que está realmente cerca de nosotros. Por eso a esta estrella sí le vemos la forma de pelota; por eso se ve tan grande en comparación con todas las demás, que están mucho, pero que mucho más lejos; por eso puede iluminar el cielo, el mar y la Tierra; y por eso, cuando está el Sol, las demás estrellas desaparecen…

Por cierto, anoche, cuando terminé de escribir, miré al cielo y vi que en la constelación de Libra brillaba una misteriosa «estrella» de color rojo que no era parte de la constelación —lo digo yo, que me las conozco bien—. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que, quizás, la estrella de mar del otro día se sintió ofendida por mi pensamiento y ascendió al cielo tan pronto como pudo para darme una buena lección. Lo segundo que pensé fue que no, que ese brillante punto rojo tampoco era una estrella: nadie puede convertirse en estrella, así como así.

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