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Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del mundo. Pero una revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho sino para quienes sienten la atracción irresistible de las empresas arriesgadas.

Por eso fracasaron y fracasan todos los días revoluciones deseadas por el pueblo y aún realizadas con su apoyo total.

Cuando la Segunda Guerra Mundial aflojó un poco la influencia de los imperialismos que protegían a la oligarquía entronizada en el gobierno de nuestro país, un grupo de hombres decidió hacer la revolución que el pueblo deseaba.

Aquel grupo de hombres intentaba, pues, el camino nuevo; pero después de los primeros encuentros con la dura realidad de las dificultades... “la Revolución” fue quedando, poco a poco, en medio de la calle, en el aire del país, en la esperanza del pueblo como algo que todavía era necesario realizar.

Sin embargo, entre los gestores de aquel movimiento, un hombre insistía en avanzar por el camino difícil.

Yo lo vi aparecer, desde el mirador de mi vieja inquietud interior. Era, evidentemente, distinto de todos los demás. Otros gritaban “fuego” y mandaban avanzar.

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