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Cuando José, un alcohólico crónico, llega a casa ebrio, los hijos temen lo peor. Por eso huyen por la ventana y quedan escondidos afuera, a la intemperie, escuchando los gritos, las peleas y los golpes. Cuando finalmente se apagan las voces desaforadas y la luz del dormitorio se oscurece, los niños se dan cuenta de que el padre se ha dormido y el peligro ha pasado; entonces dejan el escondite y regresan al lecho.
Escenas como estas y otras peores publicadas en las crónicas policiales se repiten por millones en todo el mundo actual. La violencia se ha instalado en el hogar en forma oprobiosa y brutalmente destructiva.
De acuerdo con las estadísticas de la Oficina de Violencia Doméstica de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Argentina,12 solo en el primer trimestre del año 2017 se produjeron 3.461 denuncias de violencia, el 75% de las cuales estuvo relacionado con mujeres y niñas, especialmente entre 30 y 39 años, y entre 20 y 29 años (ver Figura 1).
Gráfico 1
Este es un fenómeno mundial. Por ejemplo, en México, se estima que una tercera parte de las mujeres va a ser físicamente abusada por su pareja entre los 25 y los 45 años. “De acuerdo con datos proporcionados por la directora de Atención y Prevención de la Violencia Familiar del Gobierno del Distrito Federal (México), Susana Tenreyra, el fenómeno se presenta en uno de cada tres hogares de esta capital. Ello implicaría a más de siete millones y medio de viviendas”.13