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Cayó en la trampa. Ella respondió: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis” (vers. 2, 3).

Satanás consiguió lo que quería. Consiguió que ella hablara con él. Ahora era el momento de la mentira. Él dijo: “No moriréis” (vers. 4). Dios había dicho que morirían. Satanás dijo: “No moriréis”. El enemigo continuó diciendo una verdad a medias: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (vers. 5). La verdad era que si comía el fruto sería como Dios en cuanto a conocer el bien y el mal. Lo que no le dijo es que el conocimiento del mal los angustiaría a ella y a su esposo.

Al decir que ella sería como Dios, Satanás también sugirió que al comer el fruto entraría en un estado de existencia más elevado que el que Dios le había dado. Esa es la misma tentación que hizo que Satanás fuera echado del cielo. Él codiciaba la posición y la autoridad de Cristo, que eran más altas que las suyas.

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