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–Cariño, no podemos permitir que Dios nos vea así. Escondámonos.

–Pero ¿dónde, Adán?

Adán hizo una pausa y luego dijo:

–¡Sígueme!

Él se fue corriendo. Minutos después, sin aliento, cavaron profundamente en algunos arbustos en la parte más oscura del bosque.

–Adán, Eva, ¿dónde están?

La voz estaba más cerca ahora, y cada segundo se acercaba. Momentos después escucharon que las ramas se separaban. El corazón de Adán se aceleró.

–Adán, Eva, ¿son ustedes?

Adán se agachó, empujándose más profundo en un arbusto. Luego levantó la vista y vio a Dios, y se quedó sin aliento.

–Dios, ¿eres tú? ¡Te ves tan diferente! ¿Dónde está la gloria?90

Dios no dijo nada. Tenía una mirada triste en su rostro, y su voz era amable cuando hablaba.

–¿Por qué te escondes de mí?

Adán respiró hondo, miró las hojas de higuera de Eva y las de él, y luego dijo:

–Estaba desnudo, y estaba avergonzado. Por eso corrí y me escondí.

–Adán –le preguntó Dios en voz baja–, ¿comiste la fruta del árbol del que te dije que no comieras?

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