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Inmediatamente después de comer del fruto, Eva “imaginó que sentía el poder vivificante de una nueva y elevada existencia como resultado de la influencia estimulante del fruto prohibido”.88 Entonces, “en un estado de excitación extraña y antinatural [...] buscó a su esposo con las manos llenas del fruto prohibido”.89 Me imagino su entusiasmo.

–¡Adán! ¡Adán! ¡Mira lo que tengo! Este es el fruto del árbol del que Dios dijo que no debíamos comer. Pero, Adán, lo comí y me siento de maravilla. Toma, pruébalo. ¡Te gustará!

Imaginemos que Adán estaba recortando algunas cepas que se aferraban a un árbol. Cuando escuchó la voz emocionada de su amada esposa, se volvió hacia ella expectante, con una amplia sonrisa en su rostro. Pero luego escuchó sus palabras, y su corazón se detuvo. Por primera vez en su vida, sintió miedo; más que miedo, pánico.

–¡Cariño, no lo hiciste! Oh, Eva, ¿cómo pudiste? Cariño, Dios dijo: “¡No!”

–Pero, Adán, mírame. Todavía estoy viva, ¡y me siento tan bien!

–¿Por qué?, si Dios dijo que no debíamos comer esa fruta. Oh, cariño, ¿por qué te dejé salir de mi lado cuando los ángeles nos advirtieron que permanezcamos juntos?

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