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–Pensemos –dijo ella.

Adán puso su brazo alrededor de ella y la abrazó. Ella reflexionó un momento más y luego dijo:

–Ya sé lo que podemos hacer. ¿Recuerdas esa higuera en el prado al otro lado del arroyo? Esas hojas son enormes. Podemos cubrirnos con ellas.

Adán frunció el ceño y dijo:

–Pero ¿cómo las mantendremos juntas?

–Oh, eso es fácil –dijo Eva–. Los perforaremos con el tallo de una hoja. Luego cortaremos algunos zarcillos delgados de la vid que está creciendo en el árbol donde dormimos, ¡y los coseré juntos!

Ella miró a Adán con una sonrisa. Procedieron a la higuera, donde cortaron las hojas y las cosieron con zarcillos de una vid. Cuando terminaron, se pusieron sus ropas nuevas y se sentaron en un lugar cubierto de hierba frente a la higuera. El sol estaba a medio camino hacia el horizonte, así que esperaron. Con cada momento, el miedo en sus corazones crecía.

Entonces lo oyeron: la voz de Dios los llamó.

–Adán, soy yo, Dios. He venido a verte otra vez.

Adán sintió que su corazón se sacudía, y él aferró la mano de Eva y se puso en pie de un salto.

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