Читать книгу Un despropósito ecuatorial. Volumen I онлайн

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A pesar de la desproporción, Barrera se puso firme frente a las exigencias de Ebermeier, el gobernador imperial. Un pulso de poder en el que se jugaba quién mandaba. El español se plantó y rechazó, enviándolos de regreso, los casi 20.000 cargadores que acompañaban la desbandada alemana. Veinte mil. Lo escribo con letras para subrayarlo, porque es difícil hasta de imaginar.

En cambio sí que permitió a los soldados indígenas viajar con sus familias (sin duda debió de valorar las complicaciones añadidas que traería una invasión de miles de militares no acompañados de mujeres), siempre que fuera el gobierno alemán quien corriera con los gastos de su manutención.

El gobernador intentó (con un éxito solo relativo) mantener ordenada la evacuación a través de una ruta definida con puntos de avituallamiento, a fin de evitar que durante su huida el ejército alemán arrasara los poblados fang que encontrara a su paso.

En Bata apenas había nada con qué alimentarlos. Lo que sí había -y de sobra- eran razones logísticas y humanitarias que recomendaban trasladar cuanto antes a los derrotados a la isla de Fernando Poo.

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