Читать книгу Un despropósito ecuatorial. Volumen I онлайн

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Aquel nuevo intento de poner límites al imperio y al conflicto portugués concluyó con la firma del Tratado de San Ildefonso (que remite a niños huérfanos, a navidad, a bombos y a gordos). España recuperó Colonia del Sacramento, abandonó Santa Catarina y en compensación recibió además unas lejanas islas en la costa africana. Se llamaban Fernando Poo y Annobón. Claro, bubis y annoboneses, de todo esto, ni idea.

Lo ratificaron un año más tarde en el Tratado de El Pardo (un comentario ahistórico: el relato preludia un desenlace a todas luces franquista).

Una de las mejores consecuencias -desde luego no prevista- que tuvo el Tratado fue que la corona española envió a Asunción a un militar oscense llamado Félix de Azara. Iba con el encargo de esperar a los delegados portugueses para establecer juntos sobre el terreno las fronteras en Paraguay. Y como los portugueses no aparecieron, los veinte años que el bueno de Azara pasó esperándolos se dedicó a viajar y a convertirse en uno de los más brillantes exploradores, cartógrafos, antropólogos y naturalistas que en España ha habido. Un sabio maño. Todo gracias a las dichosas fronteras.

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