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Esto tiene relevancia, porque al llegar a la luna Dircona va a encontrar a Gonsales convertido en una especie de mascota de los alienígenas, que lo guardan en un zoo. Y es que la luna de Cyrano está habitada por seres gigantes que andan a cuatro patas y que consideran a la tierra su luna. El libro revela que fue allí donde estuvo el jardín del Edén después de que expulsaran a Adán y a Eva del paraíso (y sugiere, de paso, que la serpiente que tentó a Eva tenía una obvia forma de pene).

Los selenitas consideran a los dos bípedos como una especie de humanos defectuosos. Su iglesia establece que compararlos con hombres de verdad o con animales lunares es blasfemia y juzgan a Dircona por haber dicho que su mundo es la tierra y no una luna (lo mismo que habría hecho la inquisición).

Lo más divertido es que en medio del dramatismo de la narración Domingo Gonsales -exhibido como un mono- aún mantiene la estúpida vanidad de pensar que toda la vida en el universo ha sido creada para que los españoles la dominen. A Ernesto Giménez Caballero le hubiese encantado.

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