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Los hoteles no son lo único que la globalización ha igualado. Superficialmente, muchas cosas parecen universales (habría que pensar si esa universalidad no es en el fondo otra cosa que lo particular de lo occidental).

Sin embargo, aunque hoy dispongamos de casi toda la información al alcance del teclado, seguimos acompañados por otredades. Como siempre ha sido. Nos topamos con ellas a cada rato pero no solemos verlas. Basta con asomarse al metro. O a la calle Preciados. Están singularmente apelotonadas en los CIE o en las cubiertas atestadas de náufragos de los barcos de rescate que no permitimos desembarcar en nuestras costas.

Los diferentes continúan estando ahí. A la vista, a poco que uno se fije. Y en otros lugares siguen viviendo combes, pai pavyterá, macondes, rongas, n´daos, imbundos, ñandevas, ombivundos, himbas, san, totobiegosode, hereros, cuanhamas y demás. Diversas diversidades. Indígenas en el Chaco y tribus en el Kalahari.

Mi mujer y mis hijos nacieron en África. No me considero en absoluto racista, pero hay una anécdota que quiero contar, porque en su momento me hizo pensar.

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