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Si seguimos la estela de esa idea es fácil percatarse cómo lo indígena y lo negro son utilizados a menudo para incorporar unas gotas de color a las señas de pureza nacional. En América Latina se ve mucho: la modernidad es blanca; pero la cultura, negra e indígena. En el norte se asocia lo caribeño a la alegría y a la libertad sexual. Construyen con ello una identidad tropical que a continuación se blanquea.

Un ejemplo extremo es el waka waka. El estribillo pertenece a un grupo gamberro camerunés, pero cantado por Shakira parece otra cosa. La moda promueve ´bailar como los negros´. La lambada sonó en medio mundo. No es tan extraño; tangos, sambas, rancheras, sones cubanos o cumbias son también ritmos de origen marginal que -asumidos por las clases medias- se transformaron en expresiones de la auténtica identidad nacional (y en varios de ellos el matiz ´auténtico´ proviene de lo indígena o de lo negro). Después, si son pegadizos, se exportan para consumo internacional. Curioso.

Otro signo de alarma: la administración paraguaya tiene (o tuvo -no sé si continuará así-) departamentos destinados a ocuparse de las poblaciones vulnerables. Tal categoría consiste en realidad en un cajón de sastre en el que junto a ´población en situación de encierro´ o ´población con discapacidad´ suelen incluir ´población indígena´ por el solo hecho de serlo. Lo mismo da que a continuación se utilice a los indios como reclamo turístico. La clasificación denota una mirada despectiva -por decirlo de un modo suave- desde la atalaya de una cultura concebida como hegemónica.

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