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En el año 1968 Estados Unidos lo condecoró como el mejor Jefe de Misión en Hispanoamérica (vaya premio más raro; y qué raro también que los gringos estuvieran pensando en eso mientras en México se producía la matanza de Tlatelolco, en Praga la primavera y en París el mayo). Todavía sigo ejerciendo virtual19 y moralmente allá, escribiría Giménez Caballero años después refiriéndose a Paraguay. Siempre pensó en sí mismo como el heraldo de una revolución moral.

Acercándonos desde una perspectiva totalmente diferente, la investigación (estupenda) que a principios de los 80 hicieron Fernando Jáuregui y Pedro Vega sobre el antifranquismo contiene dos referencias a Giménez sumamente pintorescas.

La primera lo vincula a José Gallego-Díaz (matemático y padre de Soledad Gallego-Díaz, la actual directora de El País). Según parece, en su casa se reunían los conspiradores de la UIL, Unión de Intelectuales Libres, un grupúsculo promovido por el comunista Rafael Guisasola; y en el libro se asegura haber oído comentar que algunos clichés fueron picados con la máquina de escribir de Ernesto Giménez Caballero, evidentemente sin que éste se enterase.20

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