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Allí tuve un día ocasión de ver llegar en su mercedes oscuro a Luis Valls Taberner. Creo que entonces era una de las personas más poderosas de España y vino, sin avisar, a conocer un local con una multicopista que habíamos abierto en Entrevías. Valls Taberner fue durante más de 30 años presidente del Banco Popular, delantero centro del Opus Dei, financiador de Juan Carlos de Borbón y -por lo visto- también de nuestros grupos católico-obreristas. Eso es jugar con todas las barajas a la vez.

Pero regresemos a Ernesto Giménez Caballero, que hay que ver lo que me disperso.

A partir de determinado momento hasta los suyos dejaron de tomarle en serio. Yo creo que nunca le perdonó a Franco que en una ocasión se refiriera a él como peso pluma, utilizando un juego de palabras respecto a la literatura que entrañaba cierto desprecio. O al menos una gota de cachondeo.

Giménez promovió en el Café Levante de la Puerta del Sol (su número 5) una tertulia literaria con alguna relevancia. La bautizó la cripta de Don Quijote y le quiso dar un tinte americanista. El tiempo acabaría transformando el café en una zapatería (no estoy seguro, creo que se llamaba Los guerrilleros), del mismo modo que el célebre café Pombo de la calle Carretas en el que Ramón Gómez de la Serna hacía su tertulia acabó convertido en una fábrica de maletas.

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