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Así las cosas, es de suponer que hasta la tontería aquella de mitad monje, mitad soldado -Manuel Vázquez Montalbán la reescribiría como ´mitad monje, mitad notario´- debe de llevar también su firma. Ésa, y la estética de las canciones que deslumbraron a mi hermano mayor cuando era un crío en los campamentos de la OJE: …es mi tizona la tienda donde habito …yo tenía un camarada …en un cisne plateado voy …y demás. Seguro que los chavales de pelo corto que rondan alrededor del Valle de los Caídos se las saben. En su momento las cantó también Macías, el dictador loco y genocida guineano.

Ahora que me refiero al Valle de los Caídos, Giménez Caballero cuenta en sus memorias cómo asistió al posible emplazamiento de esta grandiosidad faraónica. Sus páginas son francamente -y va sin segundas- didácticas. Menciona en ellas al abad benedictino Luis María de Lojendio, a quien había conocido en plena guerra civil en el cuartel general de Salamanca.35 Claro, luego nos sorprendemos de que los benedictinos se nieguen a acatar la sentencia para exhumar a los presos republicanos.

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