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Pese al cariño del Padre Tuñón, creo que mis padres nunca se acostumbraron al ambiente del pueblo. No duraron mucho allí. Regresaron a Asturias en septiembre de 1958. Les quedó para siempre un amigo, Ángel, que era dentista. Alguna vez de pequeño fui a su casa en Ocaña -me acuerdo bien del patio- y muchas a su consulta en Marqués de Vadillo. Décadas después supe que Ángel había fallecido en una camilla cuando estaba recuperándose de un infarto. Le dio el segundo.

Estoy seguro de que el Padre Tuñón debió de conocer de primera mano al capellán de la prisión.

El poema sobre el cura verdugo tiene una historia trágica, pero a la vez hermosa.

Entre 1940 y 1941 Miguel Hernández estuvo preso en Ocaña. Allí debió de terminar su Cancionero y romancero de ausencias. Luego lo trasladaron a la cárcel de Alicante, donde murió al año siguiente de tuberculosis.

Miguel aprovechó su tiempo en la cárcel para enseñar -a escondidas- a otros presos a hacer versos. Es lo mismo que casi ochenta años después hizo Ramón Esono con sus clases de dibujo a los reos de Black Beach.80 Hay sobre ello diversos testimonios y lo cuenta también Miguel Núñez en sus memorias.

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