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Golpear

Era el 25 de agosto, el día que se celebraba la independencia, y, al anochecer, las luces de las casas de todo el barrio se apagaron. Pero no era un apagón de esos a los que estaban acostumbrados porque la vieja heladera seguía funcionando.

Al rato comenzaron a escucharse ruidos lejanos a los que se les iban sumando gradualmente ruidos más cercanos, hasta que finalmente se escuchaban por todos lados. La abuela Celeste y Celina repartieron latas, cacerolas viejas y cosas con que pegarles y les dijeron a los niños que golpearon con fuerza. Hasta la pequeña de la familia, que sólo tenía unos meses, le daba golpecitos con un juguete a un plato de plástico.

Los niños creyeron que era una fiesta y disfrutaron, rieron y se llenaron de esa impresionante energía que lo rodeaba todo.

Luego supieron que el “caceroleo” había sido en todo Montevideo y no sólo allí, sino en el país entero, y que la gente había decidido manifestarse para pedir que volviera algo que se llamaba democracia.

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