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Ya de regreso en Corinto, a Sísifo ni se le ocurrió cumplir con su palabra y volver al Hades. Le dio las gracias a su mujer por su complicidad y se quedó con ella fabricando hijos por muchos años hasta que finalmente murió de viejo. Fue recién entonces cuando los dioses le impusieron el famoso castigo de empujar la roca hasta la cima de la montaña, desde donde caería por su propio peso, tras lo cual debería volver a subirla eternamente.

Si nos pusiéramos por un momento en los zapatos de los personajes estafados por Sísifo, es posible que aprobáramos el castigo que le impusieron los dioses. Después de todo, nuestro personaje se la pasó engañando y trampeando a todo aquel que se interpuso en su camino. Aun flexibilizando los argumentos, es difícil negar que su ética dejaba bastante que desear.

Sin embargo, parecería que la posteridad juzga a Sísifo con llamativa liviandad y hasta diríamos que con simpatía. El mensaje implícito en el mito está claro: engañar, traicionar, trampear, estafar, mentir, mientras sea “a los poderosos”, está bueno. Una vez más, para la religión griega “la picardía paga”. Aunque tenga que pasarse una eternidad subiendo una piedra, a Sísifo ¿quién le quita lo bailado?

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