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Hasta la Edad Media las formas productivas se daban de manera espontánea y las técnicas más exitosas se trasmitían de una generación a otra, sin otro método que la experiencia del maestro hacia el discípulo o el aprendiz. O sea, la escuela de las formas productivas empíricas que anteceden a la ciencia económica, era el propio hacer, acompañado por la curiosidad, el ingenio y afán innovador de los productores.

Siendo la economía una ciencia relativamente nueva, más nueva -por ejemplo- que la matemática, la geografía, la astronomía y la física, su objeto de estudio centrado en las formas productivas, se debate entre lo social y lo cuantitativo. Respecto de esta disyuntiva, Gonzalo Martner dice que “en todas las ciencias humanas se plantea el problema de la articulación de lo histórico y estructural, de lo cuantitativo y lo cualitativo, de la distinción entre correlaciones estadísticas y relaciones de causalidad, de las relaciones entre modelación matemática y narraciones de situación temporal y espacialmente situadas y, en especial, el grado de identificación entre sujeto y objeto de estudio”. Dada esta situación, Martner agrega que es frecuente la tentación de rehuir de la complejidad y optar por interpretaciones basadas en simples relaciones de causalidad conocidas como principio de objetividad u “ontología del positivismo”, lo cual es propio de la economía neoclásica, catalogada de ortodoxa.34En contraposición, la corriente heterodoxa plantea un enfoque valórico del objeto de estudio, toda vez que los resultados de los procesos productivos afectan a personas y por añadidura al conjunto de la sociedad. “El cientista social que sostiene que sus juicios descriptivos serían solo juicios de hecho, independientes de todo juicio de valor, suele tener sus propios juicios de valor que alimentan sus propias preferencias prescriptivas”.35

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