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En los países democráticos las ideas y propuestas políticas son canalizadas por los partidos, los cuales también tratan de representar los intereses de la ciudadanía; aunque la mayor parte de las veces se da una situación al revés: los partidos tratan de persuadir a los potenciales votantes para que adhieran a sus propuestas e ideas preconcebidas.

La democracia necesita de una mínima formalidad de procedimientos y protocolos, incluso de solemnidad, para que sea respetada por todos los actores. De manera análoga a cómo se debe disputar un partido de fútbol, los procesos democráticos requieren de un reglamento que es conocido con antelación, de modo que los jugadores sepan a qué atenerse y para exigir que este se respete. Aquellas democracias que sufren la vulneración de los reglamentos y protocolos, y en caso peores de las normas constitucionales, tanto por parte de los ciudadanos como de sus protagonistas más prominentes (autoridades de gobierno, parlamentarios, partidos y dirigentes políticos, dirigentes gremiales, organizaciones sociales y religiosas, jueces, entidades policiales y las fuerzas armadas) entran en crisis. Así ocurrió en Chile, el 11 de septiembre de 1973, cuando se produjo el golpe militar que derrocó a Salvador Allende. Más allá de las razones que llevaron al golpe, el hecho concreto es que se produjo un quiebre institucional y murió la democracia.

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