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Hacía días que Dexter estaba en paradero desconocido. La fiesta, el WorldPride de Madrid, contenía loas de proceso para una ausencia continuada. Y le comprendía. Llegaba a comprender como su hombre, a pesar de ser gay, atravesaba momentos de difícil articulación, de difícil superación.

Desde la puerta corredera del salón que derivaba en la terraza, aunque sin salir al exterior, Berta la llamaba:

—¡Señora, señora!

Se giró desde la barandilla donde se apoyaba y reaccionó.

—Sí, sí, Berta. ¿Qué ocurre? —preguntó en castellano, lengua habitual con la que se comunicaba con su sirvienta.

—Nada, señora. ¿Quiere que saque a pasear a Ruchy?

Se mostró pensativa antes de contestar y comprendió que siendo sábado Berta estaría deseando dejar su puesto de trabajo y disfrutar del merecido descanso semanal.

—Nada, nada, tranquila. Cuando pase la cabalgata ya lo sacaré yo. Que disfrutes del domingo.

—Gracias, señora. Hasta el lunes.

Ruchy, aquel astuto animalito que había sido su mejor compañía en los últimos años, aprovechó la coyuntura de que Berta hubiera abierto la puerta de enlace con la terraza y salió al exterior dando saltos de alegría. La diferencia de temperatura entre el interior y el exterior aconsejaba mantenerla cerrada debido a las altas temperaturas que se producían en aquel inesperado inicio de verano. Ruchy la observó durante un instante, como preguntando qué hacía allí, y se refugió debajo de la gran sombrilla que coronaba el espacio solariego que había proyectado para sus charlas veraniegas con amigos e invitados. Desde allí le seguía prestando una inusitada atención sin perder detalle de las expresiones de su dueña y a la espera de que le indicase que había llegado la hora de salir de paseo y poder así efectuar sus necesidades. Rachel lo miró con cariño y dijo:

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