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—¿Qué haría yo sin ti?

Se acercó a él, lo cogió en brazos, envolviéndolo con una tierna caricia, y se sentaron en uno de los sillones de mimbre oscuro que animaban el terrado.

La llegada de Ruchy a sus vidas coincidió con la decisión de la pareja de comprar el ático donde se hallaban. Pero la más importante de las decisiones tomadas fue la de permanecer en la capital de España por el resto de sus días. Fueron muy conscientes de que su misión como embajadores de los Estados Unidos tocaba a su fin con la última etapa de su mandato. La cercana conclusión del periodo presidencial de Obama, los años de permanencia en distintas ciudades europeas y la propia edad de Dexter así lo aconsejaban y definían. Fue una decisión meditada, madurada en su esencia y que ambos convinieron que podía ser lo más adecuado, procedente y cómodo, que podía convenir a sus vidas en el instante trascendente en que se encontraban. Les gustaba el país, su libertad, a veces inapropiada e inconveniente en ocasiones, pero la alegría y ausencia de desasosiegos en que parecía desarrollarse el devenir diario de los españoles a pesar de sus diferencias y desacuerdos políticos en parte del estado se ajustaba a sus expectativas más capitales. Además, aunque sin haberlo sopesado en la balanza decisoria, la relación afectiva que mantenía Dexter decantaba el resultado en un fiel decisorio a priori. Sin embargo, la dependencia de su marido con Albert, sin él saberlo, no se ajustaba en todo a una relación homosexual coherente.

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