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Si como actriz era buena, como maestra era sublime. Le daba ese toque de mística y profundidad a la disciplina que no todos los intérpretes —enceguecidos por la vanidad— pueden aportarle. Susana siempre decía que el teatro era un fractal de la vida misma, que no era una sola sino muchas en las que íbamos representando diferentes papeles con diversos trajes a lo largo de innumerables encarnaciones. A veces nos tocaba ganar, otras perder. En algunas éramos el héroe, en otras el villano y en otras simplemente nos tocaba ser un extra, es decir ese relleno que hace falta como aplauso o como murmullo de la historia protagónica de un otro. Y yo agregaría que también se puede ser el espectador de la obra, como me estaba sucediendo a mí. El espectador es fundamental, no somos nada sin un par de ojos que nos validen.
Para Susana actuar encerraba la misma magia que para un budista meditar en el Himalaya. Era para ella una llave de acceso al autoconocimiento y a la empatía. Había que sintonizar con cada uno de los personajes: sentir su dolor, gozar su placer o al menos acercarnos lo suficiente a ellos como para representarlos honradamente. Había que ponerse en sus zapatos: si no habíamos perdido a nuestro padre —en el hipotético caso de que le sucediera a nuestro personaje— sería imprescindible conectar con la pérdida del amor de nuestra vida, por ejemplo, excavar en ese dolor y cederlo para que llore a través nuestro en escena. Olvidar la realidad hasta confundirla con ese ritual mientras durase el juego. Nunca olvidaré que mis lágrimas por Carolina, mi primer amor traumático, se sublimaron en la piel de Fray Lorenzo mientras relataba a los Capuleto y Montesco el trágico final de sus hijos. Con esa representación y contra mi voluntad me gradué como actor luego de años de formación, pero el aprendizaje más importante que me llevé fue el de transformar el dolor. Y también perdí la timidez. Ser canales, prestarle al personaje nuestro corazón para que pudiese vivir y manifestarse a través del actor por el tiempo que durara la función.