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El viejo siempre había sido muy orgánico, tanto para los negocios como para los afectos, y si algo lo tensaba era indicio de que su estadía en ese proyecto, relación o lugar sería breve, incluso tratándose de un matrimonio con la madre de su hijo. Al poco tiempo, y sin buscarlo, en una obra que fue muy aclamada a fines de los sesenta —más precisamente en febrero del ’68— conoció a Susú, mi mamá. Susana era actriz. Ella fue el motivo y también la ayuda para comprar el Odín. Susú era 18 años menor que él, pero como el mismo Pepe decía: «Era más chica, pero superior». Mis abuelos se opusieron a la relación entre «el viejo y la nena» y esa porfía de llevarles la contra los hizo más unidos y fuertes. El amor entre estos dos, que luego resultó ser más que una pasión pasajera, dio como resultado dos vidas y decenas de espectáculos. Por este templo del arte, que era nuestra segunda casa, pasaron grandes figuras del teatro, la danza y la música. Se llevaron a cabo grandes obras y también pequeñas, pero con un gran corazón, que era la suma de los latidos de los alumnos de Susana.


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