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Esta esperanza, cristalizada en esta bendición, se convirtió en una promesa para los cristianos. Juan dice: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal como El es. Aquí tenemos su promesa: Nosotros le veremos tal como El es. Los teólogos llaman a esta expectativa futura la Visión Beatífica. Veremos a Dios tal como El es. Esto significa que algún día veremos a Dios cara a cara. No veremos el reflejo de su gloria desde una zarza ardiente o en la columna de fuego. Le veremos tal como El es, en su pureza y en su esencia divina.

Ahora es imposible que nosotros veamos a Dios en su esencia divina. Antes tenemos que ser purificados. Cuando Jesús enseñó las bienaventuranzas, prometió esto a un grupo selecto: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). En este mundo, ninguno de nosotros es puro de corazón y esa impureza nos impide ver a Dios. El problema no radica en nuestros ojos, sino en nuestro corazón. Hasta que nos encontremos purificados y totalmente santificados en el cielo, seremos capaces de verlo cara a cara

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