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Luego, Dios le permitió a Moisés que viera su espalda, pero no su rostro. Cuando Moisés regresó del monte, su rostro resplandecía. La gente se aterrorizó y se alejaron de él con horror. El rostro de Moisés era demasiado para poder mirarlo. Así que Moisés se puso un velo sobre su rostro para que la gente pudiera acercársele. Esta experiencia de terror se manifestó en el rostro de un hombre que estuvo tan cerca de Dios que ahora reflejaba Su gloria, y sólo el reflejo de la gloria de la espalda de Dios, no de la de su rostro. Si la gente temía ver la gloria que se reflejaba de la espalda de Dios, ¿cómo podría mirarse directamente su santo rostro?

Pero la meta final del cristiano es poder ver lo que se le negó a Moisés, queremos mirarlo cara a cara, queremos solazarnos en la gloria radiante de su rostro. Todo judío lo esperaba, basado en la amada bendición de Israel:

“Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz.” (Números 6:24-26)

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