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La Biblia nos dice que Uzías comenzó su reino piadosamente haciendo “lo que era recto ante los ojos de Jehová” (2 Crónicas. 26:4). El buscó a Dios y fue bendecido. Venció a los filisteos y a otras naciones en batalla, edificó torres en Jerusalén y fortaleció sus murallas, abrió grandes pozos en el desierto y estimuló un gran crecimiento en la agricultura nacional. También restauró el poder militar de Judá hasta un nivel casi tan alto como en los días de David. La mayoría de su vida Uzías fue conocido como un rey grande y amado.

Sin embargo, la historia de Uzías terminó tristemente. Sus últimos días fueron como los de los trágicos héroes de Shakespeare. Su carrera se deterioró por el pecado del orgullo después de haber adquirido gran riqueza y poder. El se sintió Dios; entró al templo con insolencia y arrogancia, reclamando para sí los derechos que Dios había dado solamente a los sacerdotes. Cuando ellos trataron de detenerlo en su acto sacrílego, Uzías se enfureció. Mientras les gritaba furiosamente, apareció lepra en su frente. La Biblia dice de él: “Y habitó leproso en una casa apartada… excluido de la casa de Jehová” (2 Crónicas 26:21). Cuando Uzías murió, a pesar de la vergüenza de sus últimos años, la nación lo lloró. Aparentemente Isaías fue al templo buscando consolación en este tiempo de angustia personal y nacional. Pero él encontró más de lo que esperaba porque: “En el año en que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Isaías 6:1).

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