Читать книгу Cetreros I. Profecía онлайн

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Así quedaron establecidos los siete quanan yumek.

Visto desde el aire, el espectáculo era algo increíblemente bello, deslumbrante e hipnótico. Cual burbujas de oro, los otros fragmentos, mucho más pequeños pero igualmente vitales, tras desplazarse en el aire por sobre toda la superficie del planeta, se hundieron a profundidades menores y luego se detuvieron a esperar el momento de iniciar sus complejas tareas.

Lo harían en lapsos que eran segundos para el universo y millones de años para el planeta. En ese instante cumplieron su misión inicial: liberaron y distribuyeron la energía del geotraxis.

La dorada sangre del mundo recorrió por vez primera su interior en forma de vivos ríos de luz.

Entonces, tras un instante, comenzó el poderoso acto final: del corazón del planeta, y canalizada por los siete puntos, salió a la superficie parte de esa nueva y vital energía, que permaneció unos segundos suspendida como una especie de neblina dorada antes de elevarse a gran altura en el cielo, atravesando sin problemas la negra capa de nubes.

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