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Hola, rata de dos patas, le escribe Sebastián al día siguiente.

Hola, Paquito, contesta Isabela.

Tres días, cuatro días, diario Isabela habla con él a las tres de la tarde, el uniforme puesto todavía, la camiseta sudada y las calcetas blancas con mugre. Un buen momento porque va terminando de comer. Comidas con la familia completa, hermanos, papás, abuelos, frijoles, tortillas de harina, caldo de queso, carne con chile, felicidad con chile.

Te extrañaba, dice él.

Sebastián habla bajito y rápido, hace muchas preguntas inútiles: ¿Qué haces? ¿Piensas en mí cuando haces eso? ¿Ah, sí? ¿Y qué más? ¿Todo eso comiste? Eres una golosa, Isa. Ya, admítelo, eres una golosa. Siempre lo quieres todo. A lo mejor por eso me gustas, no sé. ¿Cuándo me vas a cocinar? ¿Qué sabes cocinar? Lo que me des, me lo como. No me cuelgues. ¿Cuándo te voy a ver? ¿A qué hora es tu clase de natación? Qué rico nadar. Yo quiero entrar a esa clase. ¿Te gustaría verme diario? Ay, simple, dime. No me cuelgues, no te vayas. ¿Por qué me dejas, Isa? Conste que tú me estás dejando, eh.

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