Читать книгу Segunda virginidad онлайн

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Qué simple, vamos. Es el destino. No puede ser que te acababa de preguntar por él y que mandaron esto.

Y yo te acababa de decir que no me gusta, que es un peleonero.

Es puro chisme eso. Ni te ha tocado.

Ni quiero que me toque. Los chismes perduran en la humanidad porque antes los necesitaban para sobrevivir. Era la manera de saber quién mató, quién era bueno para qué. Y todavía. Benditos sean, yo no quiero un cholo en mi vida.

¡Paula! ¿Puedes bajar a ayudarme con tu hermano?

El grito de la mamá de Paula sobresale del ruido de las olas y de los primos que juegan abajo, en la alberca, con inflables de cigüeñas y unicornios, y un resbaladero sobre el pasto artificial.

¿Sabes qué?, dice Paula, parándose, gotas de sudor en búsqueda del nuevo punto de gravedad. Me da igual. Vamos.

El coche está nublado de loción.

El Soto, delgado, granitos en la frente, propone:

Les tenemos preparada una fogata, pero ¿qué rollo? ¿Quieren primero dar la vuelta?

¿O quieren ir a «la chichi chora»?

No, dice Isabela, mejor vamos directo a la playa.

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