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Isabela pega la lengua al paladar sucio.


¿Ya no has hablado con Sebastián?, pregunta Paula.

Desde el balcón de la casa Bauman, en bikini, ambas emanan brillos de cutículas envueltas en bronceador. El mar también brilla. Entre tanta luz, Isabela ve por primera vez la cascada de vellos que baja desde su hueco entre los senos hasta el puño púbico.

No, contesta Isabela.

Qué bueno, la neta.

Paula pone su cara de seria, barbilla metida, cejas negras levantadas, poros rojizos alrededor de las cejas, se las acaba de sacar con pinzas. Dice:

Isa, siento que no, no es para ti. Como que tiene algo turbio. O sea, su papá tiene bares en el centro. Ponte a pensar: ¿quisieras ponerte de novia con uno que ande todos los días de peda?

Ay, ni sabemos si se va a dedicar a eso él también.

Obvio sí. Y si no, igual ahí anda desde ahorita.

Isabela, ignorante de cómo es el centro de Hermosillo de noche, se imagina ensombrerados ebrios, cheve, mujeres escotadas, ropa embarrada, jeans con brillantitos.

¿Y tú?, pregunta Isabela.

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