Читать книгу Segunda virginidad онлайн

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Isabela le dice al sacerdote que se siente bien porque ya no va a haber tentación.

No, él no es para mí, padre, estoy segura, dice Isabela. No lo voy a volver a ver.

Qué bueno, me gusta tu fuerza de voluntad, le dice el cura tras la rejilla, olor a 2-nonenal.

Isabela lo aprendió en clase de química la semana pasada, la molécula que se genera en la piel de los cincuentones o sesentones cuando unos ácidos grasos se oxidan de manera natural.

Halo erudita.

Vete en paz.

Se fue en paz.


Isabela habla toda la noche con un amigo de Paula, uniceja, de ojos azules y sonrisa hasta la mitad de las mejillas. Él trae un spray bucal mentolado: se lo echa él y se lo echa a ella frente a un lago artificial con una fuente que tira tres chorros desde el centro. Es una quinceañera. Ponen reggaetón y todos bailan en filas, en parejas mixtas o femeninas; nunca dos machos frente a frente. Los movimientos latinos son sensuales, sin tocarse, cada quien en una de las dos filas paralelas que atraviesan la pista de baile, espacio de aire puro garantizado entre parejas. Pegaditos sólo en las rancheras, terapéutica regional, y al final de la velada, porque la confianza crece a lo largo de las horas sociales con la ayuda de las bocinas grandes, las luces de colores, las plastas de maquillaje, el pelo planchado, los tacones, las Tecates.

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