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Y los cuatro cantan y se empinan el alcohol endulzado hasta que Paula tiene ganas de hacer pipí.

Vamos, le dice Isa.

Se alejan de ellos, se adentran en la noche que porta una curvita naranja como luna, una uña que va bajando al agua oscura, quieta. El chorro de pipí deja un huequito en la arena.

Qué guapísimo está el Armando, dice Paula

Ya sé, contesta Isabela. El Soto es bien lindo.

Pues sí, la verdad sí, pero no, no voy a salir con él, contesta Paula. Está bien chaparro. ¿Y tú qué con el Armando?

No, nada, miente Isabela.


Por la mañana, Isabela recibe una llamada de Sebastián. Deja que suene, que suene. Después de ponerse blanca y defecar de los nervios, de lavarse las manos, de ponerse la agüita que le quedó en el pelo, de confirmar que, en vez de broncearse, nomás se le puso la piel más rosa y las pecas del pecho multiplicadas, Isabela marca el número que se sabe de memoria.

¿Vamos a la expo?, pregunta Sebastián en un tono como si se hablaran diario. Invita a la Paula, yo voy con un amigo.

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