Читать книгу Crema volteada онлайн

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Oyéndolos, me sentí avergonzado de mi ingenuidad. Suponía que la incertidumbre era una característica del mundo global –cuando menos eso dicen los libros caros que leo. Que ella ocurre por el constante emerger de contingencias– eventos impredecibles –que producen disrupciones muy veloces de las situaciones políticas, las tecnologías, las habilidades y disciplinas profesionales, las industrias y estrategias de negocios dominantes. No hay certezas duraderas, nada se mantiene constante. Que es una característica de la época histórica en la que nos tocó vivir, pensaba.

Me abochorna enterarme de mi liviandad. Cuando menos en Chile, hasta fines del año pasado, se había inventado un mundo sin incertidumbre, un huerto de sandías caladas, un oasis estable y predecible. Raro, excepcional, no podía durar eternamente… Y, bueno, finalmente se acabó.

Imaginaba que quienes temen a la incertidumbre son las personas que poseen habilidades e identidades fijas que pueden quedar obsoletas en cualquier momento, a las que un mínimo de decencia obliga a procurar proteger de las posibles consecuencias negativas de la inestabilidad. Quienes trabajan por hora, quienes carecen de flexibilidad para rehacer lo que ofrecen en los mercados. Los viejos, los educados en la rigidez, los poco educados, los que se quedan pegados en mundos locales... Es la base de la idea de red de protección social.


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