Читать книгу Transpersonalismo y decolonialidad. Espiritualidad, chamanismo y modernidad онлайн

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Los pueblos africanos, afrodiaspóricos e indígenas tienen una visión del mundo, una concepción de cuerpo y una cultura articuladas. No fue cartesianamente fragmentada en reino animal, vegetal, mineral y humano. El ser humano es parte y se encuentra dentro de esos “reinos”. En esa visión cósmica el cuerpo no vive como una abstracción, está nutrido con saberes locales. Se expresa no por una razón letrada, instituida y documentada, sino por una razón sensorial que se manifiesta por audición, visión, vocalidad, tacto. Una cosmovisión donde cuerpo y cultura no se disocia de la naturaleza, ni divorcia el cuerpo de los saberes, es un cuerpo vivo, con memoria viva, archivo vivo, para diferenciar del archivo escrito, documental, letrado. Arte y vida como una unidad son también parte de esta cosmovisión. Desde 1630 Descartes sostenía que para llegar a un conocimiento absolutamente cierto de la verdad el hombre solo podría guiarse por la intuición evidente y la deducción necesaria. El método cartesiano era analítico, dividía los problemas en cuantas partes fuera posible para disponerlos según un orden lógico. Como el filósofo francés suponía a la razón más cierta que la materia, concluyó que eran entes separados y básicamente distintos. Por lo tanto, el concepto de cuerpo no incluía nada que perteneciera a la mente y el de mente, nada que perteneciera al cuerpo. Razón incorpórea, iluminista, separada del cuerpo. El cuerpo puede ser entonces mercantilizado, desmemoriado, desvalorizado, y precisa trabajar con conceptos. Para las culturas colonizadas, por el contrario, a contramano del cuerpo individual del mundo eurocentrado existía una concepción de cuerpo comunitario. No es el individuo el que sabe algo, el que conoce alguna forma de acción; es una comunidad la que conoce y posee un corpus de saberes comunitario, forjado como traductor de códigos. El propio cuerpo traduce esos códigos para el universo comunitario. Y sin afecto y emoción colectivos, los códigos son letra muerta. Ese cuerpo se expresa no en libros, documentos y textos, sino en performances corpóreas. El archivo preserva un documento escrito; en cambio, el repertorio preserva y promueve fiestas, performances, celebraciones, danzas, ritmos y –en el caso que nos interesa apreciar en este texto– estados ampliados de la conciencia dentro de específicas normas, con el conocimiento de las dosis correctas de plantas psicoactivas, dietas, ayunos, fases rituales, incubación de sueños lúcidos, organización de secuencias catárticas, receptivas, de introversión, extroversión, etc. Y estas diferentes performances también son comunitarias. A diferencia del uso individual que la generación beat y hippie de los años 60 en Occidente hizo, por ejemplo, del LSD, las culturas tradicionales siempre promovieron sus ceremonias grupales, o entre maestros y aprendices, dentro de un contexto cultural coherente y aceptado, que Occidente olvidó desde la destrucción del santuario de Eleusis en el 396. Finalmente, estas formas de saber producen redes de comunicación oral y visual (también se usan los otros sentidos) y pueden transmitir mensajes que aglutinan y comprimen multitud de significaciones a través de espacios muy lejanos y a través del tiempo, tal como veremos más adelante en tres ejemplos concretos.

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